*Por Iván Buffone
Las organizaciones sociales en Argentina enfrentan un desafío creciente: la retracción de donaciones, la salida de agencias internacionales de cooperación, presupuestos públicos más ajustados e ineficaces y una inflación persistente que erosiona recursos. En este contexto, aparece una alternativa que, hasta hace poco, parecía exclusiva del sector corporativo: las finanzas sostenibles y la inversión de impacto.
Se trata de instrumentos como bonos sociales, obligaciones negociables con etiqueta social o sustentable o fondos de impacto, que permiten financiar inversiones de largo plazo —obras de infraestructura, compra de equipos, remodelaciones o ampliaciones— que de otra forma serían muy difíciles de concretar. A diferencia de una donación o un subsidio, este capital requiere algo que muchas OSCs no están acostumbradas a planificar: la capacidad de repago, es decir, generar ingresos futuros —por servicios, cuotas, contratos o ahorros en costos— que permitan devolver la inversión sin comprometer la operación diaria.
Algunos casos recientes muestran que es posible. Club Atlético River Plate, por ejemplo, lanzó una Obligación Negociable Social para financiar la construcción de la nueva “Casa River”, un predio donde vivirán más de 80 jóvenes provenientes de distintas provincias. La estrategia fue innovadora: convocar no sólo a fondos institucionales, sino también a sus propios socios e hinchas como inversores de un proyecto social, transformando un activo intangible como la lealtad en capital real. El mensaje para las OSCs es claro: muchas veces, su mayor fortaleza está en la comunidad que las rodea, y esa comunidad puede ser parte del financiamiento.
Otro ejemplo es Sumatoria, una asociación civil que encontró en el mercado de capitales una vía para financiarse y, a la vez, canalizar recursos hacia cooperativas, otras OSCs y empresas de impacto. Su modelo combina donaciones, inversión privada y asistencia técnica, y demuestra que la innovación financiera puede no solo fortalecer una organización, sino también multiplicar el impacto de todo un ecosistema.
Incluso hay antecedentes que confirman que esto no es algo nuevo en el país. En 2021, TECHO emitió por primera vez en Argentina una Obligación Negociable con etiqueta social, por $18 millones, con el objetivo de construir su Fábrica Social de Viviendas. La colocación tuvo sobredemanda y se convirtió en un hito para el sector: la fábrica, inaugurada en 2022, tiene capacidad para producir entre 1.000 y 1.500 viviendas por año y fue posible gracias al trabajo conjunto con el sector privado, público y organismos del mercado de capitales.
Es cierto que todo lo relacionado con el mercado de capitales y el mundo financiero suele ser visto como un “cuco” por muchas OSCs: parece lejano, complejo y reservado a otros. Sin embargo, probar vale la pena. Es desafiante, sí, pero hay muchos actores dispuestos a acompañar el camino: bancos y Sociedades de Garantía Recíproca que pueden avalar emisiones, estudios legales que ofrecen asesoramiento pro bono o a bajo costo, entidades del mercado dispuestas a arriesgar para generar casos de impacto y construir un nuevo paradigma.
En paralelo, es fundamental que los principales actores del sistema financiero también se animen a mirar a las organizaciones sociales no solo como generadoras de valor comunitario, sino también como actores económicos que mueven recursos, gestionan activos y desarrollan capacidades. Reconocer este doble rol implica diseñar soluciones, productos y herramientas financieras adaptadas a sus posibilidades y realidades: líneas de crédito acordes a sus flujos, esquemas de garantías accesibles, procesos simplificados y condiciones que reflejen su potencial de impacto junto con su capacidad de gestión. Este cambio de perspectiva no solo ampliará el acceso al capital, sino que fortalecerá la economía de impacto en su conjunto.
Estos casos comparten un rasgo esencial: fortalecimiento de la gestión. Sin estados contables claros, proyecciones financieras sólidas e indicadores de impacto bien definidos, acceder a este tipo de capital es prácticamente imposible. Por eso, más allá de inspirarse en estas experiencias, las organizaciones sociales necesitan invertir o generar alianzas que permitan fortalecer sus capacidades, ordenar su información y construir propuestas de inversión bien estructuradas.
El capital con propósito existe y crece a nivel global —según Future Market Insights, el mercado de finanzas sostenibles alcanzó los USD 5,87 billones en 2024 y se proyecta en USD 35,7 billones para 2034—, pero no llega por sí solo. En tiempos de incertidumbre, las finanzas sostenibles no son solo una alternativa: son una estrategia inteligente para que las OSCs se animen a dar un salto de escala, ganen independencia y fortalezcan su impacto. El desafío es animarse a jugar este nuevo partido, con un plan claro y la convicción de que prepararse para ese acceso es, hoy, una de las decisiones más estratégicas que pueden tomar.